La carrera
En las primeras horas del 24 de marzo de 1978 amenazaba tormenta en la zona oeste del Gran Buenos Aires. En la Argentina se iba a cumplir el segundo aniversario del golpe de Estado que había derrocado el gobierno constitucional. En verdad, la conmemoración se haría sólo en los cuarteles. La Sociedad Rural, la Bolsa de Comercio , las asociaciones de bancos y la Unión Industrial no consideraron necesario repetir sus comunicados públicos del año anterior, en el primer aniversario del golpe de 24 de marzo de 1976, cuando comenzó lo que pomposamente de dio en llamar “proceso de reorganización nacional”. Eran, sin embargo, los más poderosos entre ellos los que se beneficiaban de ese proceso. La mayoría del pueblo, los trabajadores, no tenían en cambio nada que celebrar. Si algunos hubieran salido a protestar hubieran sufrido la represión más severa. Lo sabían bien los trabajadores del gremio de Luz y Fuerza. A fines de 1976 habían organizado una huelga, ante la pérdida de conquistas sociales. La consecuencia más notoria fue el secuestro en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires de su secretario general Oscar Smith, del cual no se había vuelto a tener noticias. La información de ese secuestro no había podido ser ocultada. O quizás sus captores habían decidido que fuera una noticia pública, con el propósito de transmitir con claridad el cruel mensaje sobre el disciplinamiento que se pretendía de la población, en particular de los trabajadores organizados en sindicatos.
El terror se instalaba en el país. A pesar de que no se tenía mucha información sobre las miles de personas que durante los dos años transcurridos habían sido secuestradas de sus hogares, de los lugares de trabajo, de la calle, para ser llevadas a centros de detención ilegales donde eran sometidos a torturas y luego trasladados, en la mayoría de los casos, a la muerte. Se iba recogiendo información fragmentada: “En la cuadra hubo un operativo, al hijo, al sobrino de unos amigos lo llevaron”. Desde hacía un año unas señoras habían comenzado a dar vueltas a la pirámide en la Plaza de Mayo, denunciando la desaparición de sus hijos y reclamando a los gobernantes sobre la suerte que habían corrido.
Los lugares de detención funcionaban clandestinamente en dependencias militares o policiales. En algunos casos se habían aprovechado depósitos o garajes de automotores de la policía para el funcionamiento de esos centros. La Fuerza Aérea decidió ser provocativamente original: instaló el centro clandestino de detención y de torturas en una casa señorial de Castelar, llamada Mansión Seré, por la familia que la construyó y habitó en ella durante años, antes de transferirla a la Municipalidad de Buenos Aires. Centenares de personas habían pasado por sus habitaciones transformadas en calabozos y salas de interrogatorio y de tormentos. En algunos casos habían sido liberadas. En otros, trasladadas a otros centros o a cárceles. Pero muchos de ellos habían partido de allí hacia la muerte. De este destino se enteraron cuatro jóvenes que hacía cuatro o cinco meses, según los casos, estaban prisioneros en la mansión. Guillermo Fernández era estudiante en la UBA y trabajaba en la escribanía de su padre; Carlos García ayudaba a su padre en el reparto de chacinados; Daniel Rusomano trabajaba en la Caja Nacional de Ahorro y Seguros, Claudio Tamburrini era arquero del club Almagro y estudiante de filosofía. Los cuatro jóvenes tuvieron la premonición de cuál era el futuro que les reservaban sus captores de la Fuerza Aérea, cuando les anunciaron que otros prisioneros -Jorge Infantino y Alejandro Astiz- habían sido puestos a disposición del Poder Ejecutivo y enviados a una cárcel legal. Pero luego se habían negado a mostrarles el diario con esa información y en cambio un guardia les comunicó que Alejandro había muerto en un presunto enfrentamiento.
Se trataba de esperar la muerte en la prisión o de intentar escapar a ese designio. En la madrugada del 24 de marzo de 1978 fugaron desnudos y esposados de la Mansión. Lograron esconderse en un garage abandonado, luego de que intentaran hacer arrancar autos estacionados para fugar en ellos. Sustrajeron camisas del tendedero de una casa y Guillermo, el único que había logrado sacarse las esposas, llamó a una casa y contó a quien acudió a abrirle que lo habían asaltado y le habían robado hasta la ropa. La persona solidaria lo proveyó de un pantalón y dinero con el cual pudo viajar e informar el padre de Carlos, que a las seis de la mañana los recogió en su auto desde el baldío donde se ocultaban. La lluvia que se descargó en esa noche impidió el vuelo de los helicópteros que los buscaban y posibilitó la carrera de los prisioneros hacia la libertad y la vida. Fue una pequeña victoria de los débiles frente al aparato represivo del estado terrorista. Poco después la Mansión dejó de cumplir el trágico destino que se le había asignado y luego fue demolida.
El 24 de marzo de 2011 miles de personas, muchas jóvenes y otras adultas, partieron corriendo desde el mismo lugar donde funcionó la Mansión Seré y hoy es el predio del polideportivo municipal Gorki Grana. No los animaba la angustia por huir de la prisión clandestina y de la muerte. Era una expresión de vida en una hermosa mañana. Todos, varones y mujeres, lucían camisetas con la leyenda: Corremos por la memoria, la verdad y la justicia. Luego de la carrera y la entrega de premios, se desparramaron por sus barrios portando esa hermosa leyenda.
Desde entonces, cada 24 de marzo esa carrera en nuestro municipio es una temprana y masiva movilización de las cientos que en esta fecha –Día de la memoria, por la verdad y la justicia-, se realizan en nuestro país e incluso en otras ciudades del mundo. Centenares de miles de personas recuerdan y homenajean a las decenas de miles que sufrieron la persecución atroz y cobarde de la dictadura cívico militar instalada en ese día de 1976, hasta la muerte atroz y el ocultamiento de los crímenes. Ya no se marcha para huir de la muerte. Se marcha como un símbolo de compromiso por la vida.