Hoy, 28 de julio, se cumplen 202 años de la proclamación
de la independencia del Perú,
que realizara el general San Martín en Lima, en 1821.

En abril de 1818 se había confirmado, con la victoria de los patriotas en la batalla de Maipú, la independencia de Chile. Continuar hacia el Perú se planteaba como un desafío muy difícil de afrontar. Pero, a la vez, lograr la emancipación de la América del Sur exigía ganar ese baluarte del poder colonial. La formación de un ejército poderoso, que debía ser transportado por el mar en una escuadra también poderosa, implicaba muchos recursos. Chile, recién liberado, no estaba en condiciones de proveerlos. San Martín requirió la ayuda de Buenos Aires.
El director supremo Pueyrredón, le prometió conseguirla, pero luego debió reconocer que esa ayuda sería escasa. Condicionada, además, a que el Ejército de los Andes regresara a territorio de las Provincias Unidas para combatir contra Artigas y su proyecto federal. San Martín no estaba dispuesto a cumplir esa función. En definitiva, el ejército que comandó en la expedición al Perú estuvo integrado por oficialidad argentina y una mayoría de soldados chilenos. El propósito de la expedición fue expuesto por la proclama de San Martín al pueblo de Perú, en setiembre de 1818, desde Santiago de Chile: “Los acontecimientos que se han agolpado durante nueve años os han demostrado los solemnes títulos con que ahora los Estados independientes de Chile y de las Provincias Unidas de Sudamérica me mandan entrar en vuestro territorio para defender la causa de vuestra libertad. Ella está identificada con la suya y con la causa del género humano. […] A pesar de todo, el evangelio de los derechos del hombre se propaga en medio de las contradicciones. […] Mi anuncio no es el de un conquistador que trata de armar una nueva esclavitud. La fuerza de las cosas ha preparado este gran día de vuestra emancipación política y yo no puedo ser sino un instrumento accidental de la justicia y un agente del destino. La unión de los tres estados independientes acabará de inspirar a la España el sentimiento de su impotencia y a los demás poderes el de la estimación y el del respeto. […] Su alianza y federación perpetua se establecerán en medio de las luces, de la concordia y de la esperanza universal. Los anales del mundo no recuerdan revolución más santa en su fin, más necesaria a los hombres, ni más augusta por la reunión de tantas voluntades y brazos.”

La convicción de que se trabajaba a favor de la libertad, de la igualdad entre las personas y de la unidad entre los pueblos, era el fundamento para confiar en una victoria, a pesar de la disparidad de las fuerzas militares. El virreinato del Perú contaba con ejércitos en Lima, en la frontera norte, en la Sierra, que sumaban 23 mil hombres armados. A ellos no podían enfrentarse abiertamente los cuatro mil del ejército expedicionario, aun cuando sumaran los mil seiscientos que componías las fuerzas navales. Pero no se trataba de ejércitos con igual motivación. Cuando el ejército comandado por San Martín desembarcaba en territorio peruano, en España se producía la revolución del general Riego, quien juró la Constitución liberal de Cádiz de 1812, oponiéndose al absolutismo. Esa revolución tenía su correlato en las fuerzas españolas con actuación en América, muchos de cuyos integrantes también albergaban ideas democratizadoras. Además San Martín confiaba en que la presencia del ejército emancipador sería motivadora de la insurrección de la población indígena, de los esclavos negros a los que prometía la libertad si se sumaban al ejército patriota y de los criollos americanos. Así sucedió. Los habitantes de las Sierra saludaron con alborozo a las tropas comandadas por el general Antonio Álvarez de Arenales, español americanizado, de tremendo prestigio en esa zona de Perú. El ejército comandado por el virrey La Serna se retiró de Lima y las tropas comandadas por San Martín entraron en la capital del Virreinato. San Martín declaró la independencia y fue designado Protector del Perú.

El triunfo definitivo de la causa emancipadora en Perú se alcanzaría recién tres años después, con la victoria del ejército patriota al mando del mariscal Antonio José de Sucre en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.

 

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