El sable de San Martín

A principios de 1844 José de San Martín, desterrado en Francia tenía 66 años y su salud se había deteriorado. El 23 de enero redactó su testamento: en el punto tercero de este testamento manifestó: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud será entregado al General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.

El conflicto diplomático de Francia con el gobierno de la Confederación Argentina se había iniciado a fines de 1837. El desacuerdo se originó por una norma de la provincia de Buenos Aires según la cual los extranjeros que habitaban en esta provincia estaban obligados a servir en la milicia. El pequeño grupo de franceses residentes se resistió a la medida y provocó un reclamo del cónsul exigiendo la excepción. Lo hizo de modo prepotente y el gobernador Rosas rechazó el reclamo. El cónsul reclamó el apoyo de la escuadra francesa. El comandante Leblanc colocó sus naves frente al puerto de buenos aires y reiteró en esas condiciones el reclamo. Rosas contestó: “Exigir por la boca del cañón, privilegios que sólo pueden concederse por tratados es a lo que este gobierno –tan insignificante como se quiera- nunca se someterá” Francia estableció el bloqueo de buenos Aires el 28/3/1838. San Martín se puso a las órdenes del gobierno de la Confederación Argentina. En los primeros meses de 1839 el conflicto se agravó Los franceses realizaron varias incursiones por las costas del Paraná, ampliando los efectos del bloqueo: apresaron e incendiaron buques argentinos. Algunos exiliados argentinos en Montevideo opuestos a rosas consideraron que era una oportunidad para voltear su gobierno e hicieron un acuerdo con Francia. Encargaron al general Lavalle ponerse al frente del ejército. Este puso reparos de aliarse con el invasor extranjero “Dios nos libre de suscitar contra nosotros el espíritu nacional! Desde entonces no sería nuestro enemigo Rosas sino la nación entera Nuestro destierro sería eterno y lo que es peor merecido! Pero lo convencieron como lo habían convencido de fusilar a Dorrego.

Sarmiento reivindicó esta postura. En su libro “Facundo” leemos: Los que cometieron aquel delito de leso americanismo, los que se echaron en los brazos de la Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las orillas del Plata, fueron los jóvenes, en una palabra ¡Fuimos nosotros! La juventud de Buenos Aires llevaba consigo esta idea fecunda de la fraternidad de intereses con la Francia y la Inglaterra; llevaba el amor a los pueblos europeos asociado al amor a la civilización, a las instituciones y a las letras que la Europa nos había legado y que Rosas destruía en nombre de la América, sustituyendo otro vestido al vestido europeo, otras leyes a las leyes europeas, otro gobierno al gobierno europeo. Esta juventud, impregnada de las ideas civilizadoras de la literatura europea, iba a buscar en los europeos enemigos de Rosas sus antecesores, sus padres, sus modelos, apoyo contra la América tal como la presentaba Rosas, bárbara como el Asia, despótica y sanguinaria como la Turquía, persiguiendo y despreciando la inteligencia, como el mahometismo”.

  LA alianza provocó en cambio la indignación de San Martín. En carta a Rosas, afirmaba: “Pero lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufrimos en tiempos de la dominación española. Una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer.” Agregaba: “Me dice en su apreciable que mis servicios pueden ser de utilidad a nuestra Patria en Europa; yo estoy pronto a rendírselos con la mayor satisfacción”.

Posteriormente las tropas comandadas por Lavalle con el apoyo francés fueron derrotadas y el tratado Mackau Arana puso fin al conflicto en 1840.

 Pero en 1845 cobró nuevo impulso. Gran Bretaña y Francia, las principales naciones de Europa, consideraban indispensable ejercer un dominio colonial en otros territorios para mantener su posición en el mundo y consolidarla. Así se asentaban en África y en el Sur de Asia. Sus flotas de guerra y sus ejércitos imponían la voluntad de las naciones imperiales en esos continentes- El sur de América les prometía otras aventuras accesibles. Gran Bretaña contaba en el Emperador del Brasil a un aliado histórico. Más difícil era la política con la Confederación Argentina. Rosas resistía la propuesta europea de división y debilitamiento de la Confederación, con la consolidación de los nuevos estados independientes de Corrientes y Entre Ríos en la Mesopotamia argentina.. Apoyaba al general Oribe en la República Oriental del Uruguay, que compartía con Rosas el propósito de una América del Sur unida e independiente. Oribe mantenía sitiada a Montevideo, donde se oponían a su gobierno, con activa y mayoritaria participación de ciudadanos franceses en las fuerzas resistentes. En Francia la corriente que alentaba una política más agresiva, comanda por Thiers, consideraba a Uruguay directamente como la posibilidad de un nuevo dominio de ultramar, sumamente apetecible por sus condiciones naturales. Rosas resistía ese designio, como resistía también que se consolidara el Paraguay como una nación separada. Era clave en esta resistencia el dominio de los ríos interiores, sobre todo del Paraná.

Francia y Gran Bretaña decidieron la intervención de sus fuerzas armadas en el territorio de la Confederación. Organizaron una expedición de noventa buques mercantes, con las banderas de sus naciones e incluso de otras, que debían navegar por el Paraná hasta los puertos de Corrientes y Asunción. Once buques de guerra con 200 infantes de marina a bordo les abrirían paso, garantizando su excursión por el Paraná. Antes la flota de guerra se encargó de romper el cerco de la marina argentina, al mando de Guillermo Brown, en el Río de la Plata.

En ninguna parte del mundo las fuerzas nativas habían podido oponer una resistencia efectiva a las armadas imperiales europeas. La defensa del río Paraná se concentró en la vuelta de Obligado, al norte de la localidad de San Pedro. El general Mansilla hizo tender de costa a costa sobre 24 lanchones tres gruesas cadenas, a proa, a popa y en el centro de las embarcaciones. En la ribera derecha montó 4 baterías; 3, aguas debajo de las cadenas. Estaban artilladas con 30 cañones. Un bergantín artillado de 6 cañones era el único buque de guerra con la misión de cuidar las cadenas. Al amanecer del 20 de noviembre los comandantes ordenaron el ataque. La infantería argentina es diezmada por la metralla europea. A las 8 de la noche, los sobrevivientes argentinos se replegaron a las barrancas. Las bajas de los argentinos fueron 250 muertos y 400 heridos. Los partes de las fuerzas invasoras reconocieron 26 muertos y 86 heridos.

El mundo se conmovió con la noticia de la batalla. Una nación americana del sur ha resistido intrépida las violencias y agresiones de las dos naciones más poderosas del viejo mundo, comentaba la prensa de los diferentes países. Un año después, Sarmiento visitó a San Martín en su casa de Grand Bourg. En la discusión, San Martín le expresó, según cuenta Pastor Obligado, testigo del encuentro: “El general rosas ha sabido defender con energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después del combate de Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a fundar la independencia americana, por la decisión que con cuatro cañones hizo conocer a la escuadra anglo francesa que, poco o muchos, los argentinos saben, en todas partes defender su independencia.”

 

 

 

 

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